Seguramente tengas un hijo, un hermano, un sobrino, un nieto o un amigo que sea niño o adolescente y tenga acceso frecuente a dispositivos electrónicos con conexión a Internet, como puede ser un Smartphone, una Tablet o una computadora de escritorio. Por eso, en este artículo, vas a conocer cómo es el mundo virtual en el que ellos se desenvuelven, y qué posibilidades y amenazas aparecen.

Por empezar, no hay que caer en dicotomías respecto a la tecnología, es decir, no se adoptará una postura apocalíptica o tecnofóbica, que considera que la tecnología toma el control y básicamente es la culpable de todos los males de la sociedad, pero tampoco se seguirá una visión integrada o tecnofílica, que propone cierta ingenuidad en torno a la tecnología y únicamente se centra en los beneficios y la aparente resolución de conflictos con las herramientas brindadas. La tecnología no es ni buena ni mala, depende cómo se la use, y tampoco es neutral, sino que obedece juegos de poderes y leyes del mercado que se desarrollan dentro de las distintas sociedades.
Cambios en la palma de la mano
Tomando como referencia la metáfora de Marshall Mc Luhan del “pez en el agua”, los jóvenes se vinculan con los distintos dispositivos tecnológicos del mismo modo, es decir, los usan todo el tiempo, son extensiones de sus capacidades humanas, y los pequeños cambios que van surgiendo, como puede ser alguna nueva función en redes sociales, alguna nueva app, o alguna nueva plataforma de contenidos vía streaming, se incorporan en sus vidas cotidianas sin hacerles demasiado ruido.
Es interesante pensar cómo estas modificaciones van impactando también en la forma de actuar y pensar, por ejemplo, hay varios estudios, como los de Nicholas Carr, que abordan cómo se debilitó la capacidad de atención de los chicos, y con frecuencia escuchamos comentarios en torno a que “se aburren rápido”, ya sea con una clase escolar o con algún otro contenido, pero no podemos obviar que están expuestos a diversas herramientas virtuales que les “aceleran el tiempo”, como la velocidad x2 en WhatsApp, las stories de Instagram que no duran más de 15 segundos, la incorporación de YouTube Shorts o incluso los clips de TikTok (principal plataforma utilizada por el rango etario), que si bien desde este año está la posibilidad de que duren hasta tres minutos, la mayoría no supera los 60 segundos, que era su extensión límite inicial.
Este grupo anteriormente era clasificado como “nativo digital”, en contraposición al “inmigrante digital”, que podrían ser sus padres, tíos o abuelos, y ambas categorías fueron planteadas por Marc Prensky. Según esta clasificación, el primer conjunto domina el lenguaje nativo de los dispositivos con naturalidad y, al igual que en el imaginario popular, se suele sobredimensionar los conocimientos de los niños y adolescentes. Si bien es cierto que ellos manejan con gran facilidad determinados programas, aplicaciones y redes sociales, les faltan saberes en torno a otras cuestiones, como es el criterio para diferenciar cuándo cierta información de un sitio web es veraz, o no, sea para hacer un trabajo práctico escolar o para informarse sobre el contexto en el que habitan, o también están expuestos a otros peligros presentes en la red, desde el robo de datos personales ingresados en páginas- en apariencia seguras- hasta problemáticas como el cyberbullying o el grooming (ciberacoso). De hecho, es pertinente retomar la categoría que plantea Javier Pedreira en su libro Los nativos digitales no existen, donde denomina al grupo como “huérfanos digitales”, debido a que sus familiares o educadores dan por sentado que como manejan Smartphones y computadoras de escritorio saben todo, entonces, no les enseñan las normas y los valores necesarios para su presencia virtual. Citando a Thomas Hobbes en El Leviatán, “Información es poder”, y los jóvenes necesitan información.
Por otro lado, hay que considerar la brecha digital, porque sigue habiendo un acceso desigual a la tecnología. De hecho, la pandemia visibilizó esta problemática, ya que hubo chicos que no pudieron conectarse a las clases virtuales por no contar con conexión a Internet, o no poseer computadoras de escritorio o celulares propios, y debían compartir con familiares que quizás no tenían disponibles los dispositivos para el momento de la cursada, así como quizás dichos aparatos no eran lo suficientemente nuevos para soportar el peso o las necesidades de las apps requeridas para ver los contenidos, ya sea Zoom, Google Meet u otra. Tal como afirmó Mauro Wolf, “los media reproducen y acentúan desigualdades sociales, son instrumentos del incremento de las diferencias, no de una atenuación de ellas, y hacen surgir nuevas formas de desigualdad y de desarrollo desigual”. De esta manera, se vuelve a derribar la creencia de que los jóvenes son “nativos digitales”.
Las repercusiones del “aquí y ahora”
Retomando la idea de cómo repercute en la mente humana la convivencia constante con Internet, y repasando los estudios de neurociencia abordados por Carr y expuestos en su libro Superficiales, se pueden percibir otros cambios. El autor plantea que hay un acostumbramiento a la obtención de resultados con facilidad y rapidez, sin requerir gran esfuerzo, lo que vuelve a las personas perezosas y superficiales, algo que se puede observar en las búsquedas en la web, ya que centrándonos nuevamente en el rango etario de interés, los chicos ven en Google la solución a todos sus problemas, y si bien resuelven rápidamente la duda, prontamente se olvidan la respuesta, porque era necesaria únicamente para ese momento, hay una primacía del presente, del “aquí y ahora”. Y estos hábitos terminan afectando la capacidad plástica del cerebro. No obstante, es discutible el planteo de Carr respecto de que con las pantallas se esté leyendo menos, porque, que sea otra manera de lectura y otro soporte, no necesariamente implica una reducción del hábito de lectura, ni menos concentración o profundidad.
En sintonía con la cuestión de tener toda “la información servida”, al alcance de un par de clics, se produce lo que Byung-Chul Han aborda en el capítulo “Cansancio de la información” de su libro En el enjambre, que es que se va perdiendo la capacidad analítica, se atrofia el pensamiento y hay dificultad para distinguir qué es lo esencial y qué no, de hecho se puede caer hasta en la repetición de “fake news”, porque circulan principalmente en las redes sociales como Twitter, que es donde también pasan mucho tiempo los jóvenes. También ellos son vulnerables a caer en las “burbujas de filtros”, que Eli Pariser describe como un fenómeno en el que los usuarios están menos expuestos a puntos de vista conflictivos y quedan aislados en sus propias burbujas informacionales. Esto puede observarse, por ejemplo, en el boom de consumo de los videos con teorías conspirativas disponibles en YouTube.
Por otro lado, Han aborda síntomas preocupantes como la depresión asociada al narcisismo, algo que puede observarse en los efectos de Instagram, red social en la que reinan los filtros y la búsqueda de la perfección con la imagen, que por más que sea peligroso para cualquier etapa de la vida, en momentos claves de la construcción de la personalidad, como son la infancia y la adolescencia, terminan agudizando la problemática y resultando cruciales. Por ejemplo, en el documental de Netflix El dilema de las redes sociales se menciona la “Dismorfia de Snapchat”, un concepto acuñado por los cirujanos estéticos para los jóvenes que padecen un síndrome por el que se operan para verse como en las selfies con filtros.
El lado luminoso de la red
Si bien recorrimos diferentes cuestiones que tenés que considerar si tus conocidos niños o adolescentes utilizan los diferentes medios sociales virtuales, también en estos espacios ellos pueden ser partícipes de grandes experiencias, de hecho, pueden pasar de ser consumidores a, como define Alvin Toffler, prosumidores, es decir, receptores y emisores a la vez. Este nuevo rol se desenvuelve en un paradigma de la comunicación caracterizado por ser de “muchos a muchos” y no de “uno/pocos a muchos” como, generalmente, ocurría con los medios de comunicación tradicionales, es decir, hay un pasaje del broadcasting al networking.
Los jóvenes habitan un mundo de “narrativas transmedia”, como señala Carlos Scolari retomando a Henry Jenkins, lo cual implica que la historia se desarrolle por medio de diferentes formatos y plataformas de comunicación. El público adquiere un rol activo para la expansión del relato, adaptándose a las singularidades de cada lenguaje, es decir, no será el mismo contenido para un video de TikTok, que para un posteo de Instagram, que para un podcast sonoro, que para un clip de YouTube, en todo caso habrá complementariedad entre todas las piezas. Por ejemplo, es interesante la expansión del universo de Harry Potter, donde a las novelas se sumaron las adaptaciones cinematográficas y los videojuegos, de manera oficial, pero también los fans desarrollaron sus propias fanfictions, videos de YouTube y podcasts en Spotify, es decir, adquirieron el rol de prosumidores.
Y una pieza con la que tienen contacto diariamente niños y adolescentes en la virtualidad es el meme, donde se pueden fusionar la información, el humor y la foto composición.
Por último, es pertinente mencionar que los jóvenes experimentan diariamente la multitarea, por lo que consumen varios medios a la vez y, además, llevan a cabo distintas actividades al mismo tiempo. De hecho, esto lo menciona Francisco Albarello cuando plantea que este rango etario valora la posibilidad de desarrollar varias tareas en la misma computadora y sienten que se ajusta a sus necesidades.
En conclusión, no hay blancos ni negros, sino una amplia escala de grises. La clave está en reconocer las posibilidades y amenazas que aparecen en la red y alertar a niños y adolescentes para que experimenten y potencien sus habilidades sin caer en peligros.